viernes, 4 de diciembre de 2009

A José Luis Toro. In memoriam.

“¿Por qué crece la rosa?
¡Déjala crecer en su sinrazón!”

Lo lógico hubiera sido que José Luís Toro, ocasionalmente alquimista y químico –pues esos menesteres venía a enseñar al Rodrigo Caro-, pero sobre todo eterno poeta de la existencia, no hubiera sido nunca.
Ciertamente, José Luís ya no es, y seguramente este “no ser ya” carezca de sentido: tener que irse del Instituto a los cinco minutos de haber comenzado el recreo es una solemne injusticia. Ya no es, decíamos; pero por cruel que sea esta premisa –y lo es-, yo prefiero infinitamente la mayor: milagrosamente, azarosamente -como queramos pensar- ha sido pudiendo no haber sido nunca. Lamentablemente, la biología ha podido con la biología pero no con la vida. José Luís sigue siendo desde su contingencia, desde el esencial habitar de lo humano en la finitud, lo que siempre ha sido desde que comenzó su camino en el ser: una montaña de existencia en medio de la nada.
Hegel definía el ser como lo sido; José Luís sigue siendo por haber sido. Además, lo que no es, es impensable por ilógico pero una vez sido resulta necesario. Antes de ser, este príncipe de la existencia que se llama –me niego a usar el pretérito- José Luís, también era impensable por absolutamente improbable; ahora, siendo sido es tremendamente pensable y vivible por necesario, absolutamente necesario.
Lo siento por la incomprensible biología que pudo consigo misma; tiene más sentido el señalado, por simple, verso del poeta que alaba a la vida por el hecho de ser vida: “¿por qué crece la rosa?// ¡déjala crecer en su sinrazón!”


Manuel Vivas Moreno.