Es tanta la perplejidad que provoca la extraña inteligencia de Yehá, que sus anécdotas han trascendido todo el mundo islámico -de donde nuestro personaje proviene-, hasta llegar a ser conocidas también en la cultura occidental. He aquí una en la que, acompañado de su mujer, pujan ambos en inverosímil sagacidad.
Una vez llevó al mercado de Marrakech un burro que tenía, y se lo entregó al subastador para que lo vendiera. Este lo tomó, y conforme a las reglas de su oficio, comenzó a dar vueltas por el mercado pregonando:
- Este es un burro de mucha sangre, de paso ligero, dócil; montado en él se puede beber una taza de café; es fácil de conducir, joven, fuerte, sin defectos.
La gente, al oír tantas y tan buenas cualidades, no cesaba de pujar. Yehá, que presenciaba la venta y que se había dejado impresionar por las alabanzas del pregonero, se dijo:
- ¿Por qué no he de comprar yo un burro con tan excelentes cualidades?
Y se puso a pujar con los demás, resultando ser el mayor postor. Le fue entonces entregado el burro, y contando el dinero se lo entregó al subastador marchándose a su casa muy satisfecho del buen negocio que acababa de realizar.
Cuando llegó se apresuró a informar a su mujer de su buena suerte en el mercado, y ella, cuya rara inteligencia no era menor que la de su marido, le contestó:
- A mí también me ha ocurrido hoy una cosa singular. Pasó delante de la casa un vendedor de castañas, lo llamé y me interesé por su mercancía. Con el propósito de engañarlo con el peso, aproveché un descuido y puse en él mis pulseras de oro. Una vez pesadas las castañas, entré en la casa satisfecha de mi astucia. ¿Qué me dices tú a esto?
Y Yehá le contestó:
- Alá te bendiga. Yo desde fuera y tú desde dentro estamos llevando la prosperidad a esta casa.