martes, 23 de febrero de 2010

De cómo Yehá y su mujer contribuyeron a la prosperidad de su casa.




Es tanta la perplejidad que provoca la extraña inteligencia de Yehá, que sus anécdotas han trascendido todo el mundo islámico -de donde nuestro personaje proviene-, hasta llegar a ser conocidas también en la cultura occidental. He aquí una en la que, acompañado de su mujer, pujan ambos en inverosímil sagacidad.

Una vez llevó al mercado de Marrakech un burro que tenía, y se lo entregó al subastador para que lo vendiera. Este lo tomó, y conforme a las reglas de su oficio, comenzó a dar vueltas por el mercado pregonando:

- Este es un burro de mucha sangre, de paso ligero, dócil; montado en él se puede beber una taza de café; es fácil de conducir, joven, fuerte, sin defectos.

La gente, al oír tantas y tan buenas cualidades, no cesaba de pujar. Yehá, que presenciaba la venta y que se había dejado impresionar por las alabanzas del pregonero, se dijo:

- ¿Por qué no he de comprar yo un burro con tan excelentes cualidades?

Y se puso a pujar con los demás, resultando ser el mayor postor. Le fue entonces entregado el burro, y contando el dinero se lo entregó al subastador marchándose a su casa muy satisfecho del buen negocio que acababa de realizar.

Cuando llegó se apresuró a informar a su mujer de su buena suerte en el mercado, y ella, cuya rara inteligencia no era menor que la de su marido, le contestó:

- A mí también me ha ocurrido hoy una cosa singular. Pasó delante de la casa un vendedor de castañas, lo llamé y me interesé por su mercancía. Con el propósito de engañarlo con el peso, aproveché un descuido y puse en él mis pulseras de oro. Una vez pesadas las castañas, entré en la casa satisfecha de mi astucia. ¿Qué me dices tú a esto?

Y Yehá le contestó:

- Alá te bendiga. Yo desde fuera y tú desde dentro estamos llevando la prosperidad a esta casa.

jueves, 18 de febrero de 2010

LA OBRA

El indígena isleño, que desconoce la existencia de la música, oye casualmente una canción. Aquellos sonidos en lengua extraña lo conmueven más que ninguna otra cosa antes.
Intenta volver a reproducirla en su mente, pero no lo consigue. Mucho menos tararearla con su laringe inexperta. Y aunque recuerda en parte la inmensidad de aquel sentimiento, tampoco puede rememorarlo cabalmente sin el apoyo físico de la melodía.
En la esperanza de convocarla, dedica la mayor parte de su tiempo a ponerle miles y miles de títulos, le levanta imágenes, traza extraños signos en las altas paredes calizas del desfiladero. La melodía nunca regresa, él nunca cesa en su empeño.
Los demás isleños nada saben de su perpetua zozobra. No ven los innumerables despojos de su fracaso, sino magistrales figuras en la roca. Pronto lo veneran como Gran Artista y Hombre Sabio.

Elías Hacha